A mis veinticuatro años me resulta casi imposible de creer que alguna vez cuando fui niña no prestara suficiente atención, pasara por encima , por debajo y por los lados, me resulta aun mas difícil de pensar que algun dia hasta me avergonze de mi origen, cuando al llegar a la ciudad tenia la inocencia de la provincia.
Pero a los cuatro años me caí en un caño lleno de agua y lodo por saltar de un lado a otro recogiendo mirasoles, en las épocas de lluvia entre junio y septiembre, el campo, las milpas y el monte dejaban de ser verdes y se pintaban de un exquisito color morado, jamas vi tantas flores juntas, como esa parvada de mirasoles que saludaban al sol todas las mañanas, los botonsitos tenian un buen sabor, pero las flores abiertas eran hermosas y si te las ponias en los labios podias silbar tonaditas graciosas, era tal el follaje de flores y pasto que en ese entonces era tan alto como para llegar a mi cintura, me daba miedo salir sola, ir por el camino al medio dia era escuchar una orquesta incanzable de grillitos canturreando, pero tambien de cascabeles tomando el sol, me daba pavor la sola idea de tener que enfrentarme a viboras enormes como aquellas que vieran mi abuelita y mi mama que segun decian median mas de 10 metros, y con sus cascabeles dormian a los niños para luego mamar la leche materna.
El camino iba custodiado por enormes pinos, y todos los domingos lo invadiamos los niños, los mas grandes y valientes eran capaces de subir hasta la punta y mecerse con el aire, los pequeños como yo, no alcanzabamos a subir aunque los grandes nos ayudaban como podian a trepar por entre las ramas, bajo aquel arbol paternal estaba el campo de futbol, y es que eramos muchisimos niños -minimo mas de veinte- y despues de la comida en la casa grande, se armaban los partidos de futbol entre los chicos, eso en temporada de sequia, cuando la milpa no estaba inundada, y es que justo estaba a un lado de la milpa... la milpa, que fuera la madre de los retoños del maiz, luego orgullosa observara crecer esos retoños siempre con rumbo al cielo, el maiz es tan sagrado en Mexico que hablar de el es casi como hablar de un dios, no se desperdicia nada, de un grano de maiz nacen muchisimos granitos, y hasta las hojas para los tamales, los hongos de cuitlacoche, las cañas, o los tallos y las hojas ya secos que alimentan el ganado, todo absolutamente todo se utiliza. Pero luego de la cosecha y de que los peones hicieran las pacas de maiz seco para alimento de las vacas, caballos y cerdos, llegaba la quema de la rosa, primero quemaban toda la milpa y despues, se hacia una presa en el rio hasta que en vez de milpa teniamos un lago artificial para nosotros solitos.
Cuando habia presa, era super bonito pasar las tardes por ahi, solo se escuchaba el sonido del agua bailando con el viento, los sauces llorones acariciando el agua con sus enormes ramas, llorandole... no se muy bien a que, algunos de mis primos hacian patitos en el agua, tomando piedritas planas que lanzadas en cierto angulo y determinada velocidad iban dando brinquitos sobre ella antes de hundirse, pero lo mas importante ocurria muy por debajo, donde la tierra se nutria de toda esa agua contenida que la inundaba, y asi cada año ese pedacito de tierra fue prodigo con todos nosotros.
En la barranca, tambien soliamos jugar, tomabamos vasitos de plastico atados a una varita que usabamos para pescar charalitos, acosiles y hasta ajolotes que lluego mi abuelita le cocinaba a mi abuelito, perdi muchisimas muñecas en ese rio, porque las dejaba ir por la corriente y yo corria para alcanzarlas rio abajo, pero... no siempre las alcanze, en esas ocasiones las mire irse, bastante frustrada por el que decirle a mi mama cuando me preguntara por la muñeca...
Dentro de la casa grande, habia dos enormes huertas de frutas, manzanas, ciruelos, peras e higos, tambien muchisimas flores, mi abuelo tenia romance con sus flores, las rosas le gustaban, particularmente las rosas rosas, tambien tenia lilis, alcatraces, y geranios muchos geranios, el arbol de peras tiene una florecita blanca muy pequeña, que se cae con el viento y parece que nieva a la luz del sol, y en otoño es tanta la cantidad de hojas, que apilabamos pequeñas montañitas aqui y alla que eran para nosotros las camas de nuestra casa de juegos, en la huerta habia patos, gallinas, pollitos, guajolotes, unos gansos asesinos, y a veces la crias de los animales, pequeños becerros, lechones y borreguitos, todos hermosos...
La pileta de agua siempre estaba cubierta de hojas e insectos, el agua helada que llegaba a congelarse en invierno.
Los cuartos llenos de maiz, que se dejaba secar al sol, y luego todos en familia desgranabamos con unos circulos rellenos de olotes de maiz y que se llamaban oloteras, para hacernos el trabajo ameno nos ponian a competir de quien desgranaba mas maiz, los tios grandes y fuertes, iban colocando el maiz en unas estructuras de madera llamadas coloteras, cuando los cuartos quedaban vacios metian en ellos enormes pacas de tallos secos y ahi, nosotros haciamos huecos donde improvisabamos escondites secretos a prueba de adultos.
Ya en la casa, el patio estaba lleno de flores, bugambilias, geranios, hierbabuena, cedrones, esa planta especial de olor extraño que llamamos ruda, y por supuesto... mas rosas, la cocina que siempre olia a comida con esos guisos que solo mi abuelita sabia hacer, el enorme corredor para ver hacia lo lejos... hacia el monte, hacia el camino y a veces melancolicamente mas y mas alla, yo creo que casi todos mirabamos mas alla, por eso nos fuimos en algun momento.
Ahora solo me quedan fotos empolvadas y recuerdos... ya no hay nada mas.
Mi querida Benhumea
ResponderEliminarNunca he tenido una casa solariega, ni huertos, ni mucho menos animales, pero gracias a tu relato, recuerdos preciosos que anidaban dormidos en mi han vuelto a la vida.
Gracias
Precioso relato de un lugar y unos años que, sin duda, recuerdas con añoranza. La niñez, la tierra, la familia, los olores; imagenes que quedan grabadas para siempre de un tiempo pasado que siempre fue y será mejor.
ResponderEliminarLa sabiduría la conseguimos con la experiencia y los años tras tropezar y correjir miles de errores; la esencia de la pureza se acaba, cuando termina la niñez. De ella, solo nos quedan los recuerdos.
Un abrazo, querida amiga.
wow Nat... me transportaste completamente, que hermosos recuerdos llevas, que hermoso lugar... que nostalgia despierta ver un pasado tan dulce como el que describes.
ResponderEliminarSin duda aún llevas esos momentos vivos en ti.
Un abrazo gigante, que buenos recuerdos tienes entre tus ideas despeinadas.